El Maestrat

 

 

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Tierra a veces dura que configura una manera de ser y de hacer. Olivos, pinos, algarrobos, naranjos, limoneros, mandarinos. Huerta y regadío con tierras secas y duras y pueblos, bellos pueblos con casas de piedra seca, humildes, al lado de imponentes ciudades amuralladas como Morella o Peníscola, con su castillo en el mar rodeando las casas blancas de los marineros. Catedrales como la de Sant Mateu y pinturas rupestres patrimonio de la humanidad.

Y todo atravesado por la Vía Augusta, el camino romano que llevaba desde el centro del mundo antiguo hasta los confines del imperio allá por tierras andaluzas.

Y fue al lado de esa Vía Augusta donde plantaron olivos en honor a oficiales caídos por cualquier circunstancia. Y son esos olivos, inmensos, grandes, viejos quienes le dan el carácter al paisaje y a la gente. Que marcan omnipresentes con el plateado de sus hojas los caminos de estas tierras, para muchos desconocidas.

Silencios eternos rotos por el viento del norte, calor sofocante de meses de verano, sombras de olivos y algarrobos, graznidos de cuervos y silbos de mirlos.

Olores de romero, tomillo y lavanda. Y alguna humeante chimenea que en los meses de invierno advierte que allí se vive, se siente y se ama desde tiempos inmemoriales.